Hay momentos en la vida de pura rendición, donde tu fantasma vaga sobre el asfalto, bajo los rayos del sol sin ser percibido, porque te escondes, aprietas los párpados como si pudieras borrar el mundo, borrar la presencia de cada persona que tiene la desgracia de cruzarse contigo y caminas, un paso después otro, da igual donde te lleven porque incluso la esperanza ha huido.
Estás solo, vacío, hueco por dentro, muerto el arsenal de recuerdos que te sostenía porque todo fue como una ilusión, algo que creaste y no existía, un gigante con pies de barro que te enfanga y asfixia en su caída.
Sin un sonido en tu cabeza, ni una letra de una canción, sin notas, sin luces, sin deseos ni emociones, la nada.
Y aun así, el futuro caprichoso a veces se confía y en un arrebato de inconsciencia por su parte, te da por acabado y retira su aura dañina un segundo, y ahí... entró la luz.

Y cuando miras, te miran y si hablas te contestan, si sonríes te sonríen y empiezas a darte cuenta que estas como Alicia atrapada al otro lado del espejo, en un país sin maravillas y golpeas, te rebelas, haces ruido, llamas, gritas... deseas...
Golpes de otras manos también resuenan las grietas van surgiendo en tu ataúd transparente, entra el aire y al fin respiras quieres más porque tus pulmones aun recuerdan como te notabas y te gusta más aun de lo que tu sentías.

La esperanza brota fuerte después de una gran caída siempre hay un fondo abajo donde poner su semilla.
Ari.
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